Finalizadas las intervenciones, llega el momento más emotivo.
Los asistentes toman claveles rojos y los introducen en los huecos a tal fin dispuestos en las placas con los listados. Voluntarios/as van leyendo con parsimonia, los 96 nombres que hoy nos negamos a olvidar.
Y, como fondo sonoro, Raquel Sobrino y su violín, desgranando la melodía que reproducía, una y otra vez, la caja de música de Ramón Acín: La última rosa del verano.
Esto no cierra heridas; tampoco las abre. Esto es, sin más, una escaramuza que ganamos a la desmemoria, una batalla en la que derrotamos al olvido.
Acabada la ofrenda y, cuando ya se ha producido la dispersión lógica, nos acordamos. La foto de grupo, la foto de familia...
Y se hizo lo que se pudo.
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