23 de Agosto de 1936. Domingo. Huesca es una ciudad tomada por las fuerzas sublevadas, cuyos mandos se niegan a evacuar a la población civil, buscando en la misma un escudo humano ante los más que previsibles bombardeos republicanos a una ciudad que es objetivo militar declarado. Los dueños por las armas de Huesca han comenzado a hacer ya lo que mejor saben, y el derramamiento de sangre forma parte de la cotidianeidad oscense. Alrededor de un centenar de hombres y mujeres, tras un bombardeo, son linchados por una turba azul. Las gentes de Huesca callan atemorizadas ante el continuado cortejo de la muerte, silencio que, en algunos casos, se prolonga hasta hoy; desde algunos balcones se escuchan insultos para con los que van a ser asesinados y aplausos para los verdugos.
La tapia exterior oeste del cementerio oscense conservará durante muchos años las huellas de la masacre.
23 de Agosto del 2015. Domingo. Por primera vez desde el asesinato en masa, cincuenta hombres y mujeres se reúnen en el escenario del terror. Frente a una sección de la tapia, en un escenario de orificios de bala simulados, coronado por una tricolor y con el único ornamento de un ramo de flores rojas, amarillas y moradas. Entre los asistentes cargos electos de la actual corporación municipal; entre los asistentes familiares directos de alguno de los asesinados.
Carlos Escartín, presidente del Círculo Republicano Manolín Abad de Huesca (CRMAHU) toma la palabra para indicar el sentido de este acto y el deseo del CRMAHU de llevarlo a cabo a pesar de lo complicado de la fecha; agradece a los aistentes su presencia.
Otro Carlos, el miembro más jóven de la asociación republicana, denuncia que esta es una fecha olvidada en los planes de estudio y exige que los cadáveres salgan de los cementerios y entren en las aulas; fundamentalmente porque la ignorancia de lo que aquí sucedió es un castigo para las gentes asesinadas y un premio para la canalla victimaria, cuyos nombres también deben pasar a las páginas de la historia como referentes de miseria ética y humana.
Antonio Moliner realiza un breve esbozo de la situación en Huesca en vísperas de la masacre y pone en situación a los presentes. Dará paso a un minuto de silencio durante el cual unas docenas de claveles rojos se despositan en el paredón. Tras ello invita a los presentes a adentrarse en el recinto funerario y acompañarlo en lo que ha venido a llamar la senda de los victimarios.
Inicia Antonio Moliner su visita guiada al pie del nicho que cobija a José Puzo Espín, canónigo, encabezador de manifestaciones de Falange y arengador desde el púlpito, exigiendo el exterminio de los contrarios al movimento. Previamente no ha olvidado recordar a Francisco Franco Bahamonde y José Antonio Primo de Rivera, como ejecutor uno y telonero ideológico el otro.
De labios del guía escuchamos las estremecedoras historias que protagonizan gentes como el matarife que se jactaba de su pericia profesional para asesinar (Mariano Garcés Labarta), los hermanos Ena Mallada (camisas viejas, que, en los primeros días de la guerra iban por los pueblos de los alrededores de Huesca a desmantelar los ayuntamientos democráticos de la II Republica, empleando para ello la violencia que estimaran oportuna), Ramón Sánchez Tovar, conocido como "Ramoncho" y “El 103” ,que se jactaba en el bar Flor de sus actuaciones, José Mª Pano Sanclemente, el comisario de policía que acompañaba a los falangistas en las detenciones, Ricardo del Arco Garay, el granadino que desde su panfleto del odio llamado Jaca Española abogaba por limpiar España del rojerío indeseable, Cirilo Martín Retortillo, el abogado del Estado e incautador de bienes...
Y así nombres y más nombres de personas implicadas en la represión en uno u otro nivel de responsabilidad, que eludieron la justicia. Para vergüenza de una democracia que, temerosa, aceptó la paz de los cementerios y el olvido como moneda de cambio.
La senda de los victimarios llega a su fín. Su desarrollo ha estado salpicado por intervenciones de asistentes que conocieron a uno u otro verdugo.
Con serenidad, pero con firmeza. A pesar de que en muchas ocasiones se ha tenido que tragar bilis y ocultar la indignación tras una interjección despectiva, las gentes que han recorrido hoy el camino de la canalla han mostrado su desprecio hacia los que hoy denostamos con una indiferencia que los hace dignos sucesores de los hombres y mujeres que hace setenta y nueve años nos fueron robados.
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