Prosiguió ayer día 29 de septiembre el historiador Lafoz con la segunda charla del ciclo de conferencias sobre la caída del Antiguo Régimen organizada por la
escuela republicana del Ateneo Republicano de Zaragoza. Nuevamente un éxito rotundo que se tradujo en un público que copó la sala.
Se comenzó esta vez por establecer que hablar de las revoluciones burguesas es enfrentarse a un conglomerado de distintas realidades desde las que explicar los planteamientos de ruptura respecto al sistema anterior. En este sentido cobra especial importancia el estudio de los conceptos inherentes a este período
histórico. Así pues, términos como “nación”, en tanto que unión libre de ciudadanos (y no súbditos) con derechos civiles, supone desafiar la cosmovisión del absolutismo, esa tradicional alianza entre el trono y el altar. La idea de que la soberanía no residía en el monarca sino en el pueblo se consolidó en postulados destinados a cambiar la Historia.
Con el transcurso del Siglo XIX todo parecía acelerarse: El paso del inmovilismo del régimen de “manos muertas” del tardo feudalismo a una época convulsa plagada de revoluciones, vacíos de poder cubiertos por los movimientos junteros, pronunciamientos, represión, y guerras civiles en nuestro país. El señor Lafoz establece una clara distinción entre dos momentos clave del triunfo de las revoluciones burguesas en España. Por una parte, la guerra contra Francia que ya comentó con anterioridad y las consecuencias violentas de la misma que abarcarían hasta el final de la Primera Guerra Carlista, y, por otro lado, la revolución democrática de 1868, conocida como “La Gloriosa”.
Nos centraremos a continuación en los comentarios del historiador acerca del primer período. Inicia su discurso centrando la atención en el año 1820, cuando
Rafael Del Riego, desobedeciendo la orden de embarcar en Cabezas de San Juan para combatir a los independentistas de las colonias en América, lideró un
pronunciamiento al que paulatinamente se sumaron distintas localidades andaluzas. Logró forzar al soberano Fernando VII a restituir, muy a su pesar, la
Constitución de Cádiz, dando comienzo al que se conocería como “Trienio Liberal”. En este momento, el señor Lafoz se cuestiona acerca de si realmente
el rey pronunció aquella famosa frase: “Marchemos todos juntos, y yo el primero, por la senda constitucional”. Si bien reconoce que sintetiza a la
perfección la felonía e infamia de este monarca, puesto que tan pronto como le fue posible conspiró para abolirla por segunda vez. Invita a reflexionar sobre el contexto que atravesaba Europa, esto es, el Congreso de Viena al que acudieron todas las potencias absolutistas, y por ende reaccionarias, se comprometía a una colaboración militar para borrar todo recuerdo revolucionario y sofocar posibles estallidos futuros. Este episodio marcaría la suerte que atravesaría España. El rey solicitó en 1823 la intervención armada de “Los Cien Mil Hijos de San Luis”, bajo las órdenes del duque de Angulema, que a sangre y fuego, obteniendo la victoria en la batalla del Trocadero, restablecieron el absolutismo y eliminaron la carta magna. Del Riego, nombrado Capitán General de Aragón tras su triunfo tres años antes, era ahorcado.
Se sucedieron años de persecución, ejecuciones de los doceañistas y exilio de los liberales. Mariana Pineda siendo ejecutada por bordar una bandera con los colores liberales y el extensamente conocido fusilamiento del General Torrijos en las playas de la Malagueta.
Sin embargo, el contexto cambió súbitamente en 1833, año en que la defunción del rey abría paso a momentos de inestabilidad e incertidumbre política. El hermano del rey, Carlos María Isidro aspiraba al trono en virtud de la ley sálica, que prohibía reinar a las mujeres y que, por tanto, impedía a la hija de
Fernando, Isabel, el acceso a la corona. Aunque la viuda del difunto, la regente María Cristina, aseguraba que dicha ley había sido abolida por su marido en los albores de su muerte, los absolutistas, ahora denominados carlistas, apoyaron al pretendiente homónimo. La regente presenciaba como los antiguos
fernandinos daban su apoyo a su cuñado, por consiguiente, si quería asegurar la herencia dinástica y la sucesión del trono para su hija Isabel que contaba
apenas tres años por aquel entonces, habría de pactar con la burguesía liberal.
La Monarquía necesitaba el respaldo de los rostros del capital, al fin y al cabo, urgía financiar la guerra civil que se avecinaba. Por este motivo, fue
Mendizábal quien, en un intento de paliar la deuda que alcanzaba los 27 millones de reales, aplicó una desamortización consistente en el expolio y
puesta a subasta de bienes nacionalizados. En otras palabras, se buscaba la liquidez crematística con la que poder afrontar los costes de un enfrentamiento
bélico nacional que duraría hasta 1839. En dicha fecha, el “Abrazo de Vergara” entre Espartero y Maroto ponía fin a la Primera Guerra Carlista. Se sucederían
entonces años de gobiernos moderados de una burguesía que finalmente había encontrado el camino para consolidarse en el poder y afianzar sus privilegios como nueva clase social hegemónica en el penetrante orden del capitalismo liberal.
Muchas gracias por tan estupendo resumen. Siempre es muy ilustrativo escuchar e interactuar con Herminio.
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